11 de noviembre de 2011

Tanzania I parte

Por mucha información que hubiera leído en la guía o me hubieran contado mis compañeros que ya habían estado en África o yo me hubiera visto los Callejeros Viajeros o demás…no me podría hacer a la idea de lo que esta aventura sería para mi.
Mi compañera Clara, ya había estado en Tanzania el año anterior durante 3 meses, y además en Arusha, lo que nos vino muy bien para nuestro primeros días en África. Intenté sacarle toda la información posible durante esas 10 horas de vuelo, pero ella siempre me repetía que no valía lo que me contaba, que África había que sentirla. Y no se equivocaba.
Aterrizamos en Arusha de noche y nos recogieron nuestro responsable Juan, expatriado español y administrador del proyecto, y Emmanuel, conductor del equipo de Médicos del mundo y uno de nuestro guías en las costumbres tanzanas. Nos llevaron directamente al hotel, donde degustamos una cena típicamente etíope (el hotel era etíope), compuesta de una especia de lámina de pan, al estilo bimbo sobre un plato grande y encima de todo, un puñado de lentejas, otro de alubias, otro de espinacas, carne de ternera, de pollo; y tú rompes un poco de pan y enganchas (a modo cuenco) lo que prefieras….riquísimo, de chuparse los dedos!

Nuestros días en Arusha se encomendaron a hacer recados para la sede, ayudando a Juan a escoger material de oficinas y otras variaciones; y a llevar una maleta con rapa de niños al orfanato dónde Clara había trabajado el año anterior. Para llegar hasta allí, nos subimos en un Dala-dala, minibús de línea que recorre la ciudad y afueras con más pasajeros de los que permiten, llenos de gente transportando cosas desde colchones a maletas llenas de cosas para vender, comida (viva incluida) y todo tipo de souvenirs. Dejamos el dala-dala y arrastramos nuestra maleta hacia el orfanato. A Clara la iban parando por el camino, reconociéndola y agradeciendo si vuelta. Estaba emocionada y yo también. Llegamos. Salió el dueño a recibirnos y después de las bienvenidas, presentaciones y regalos, nos dio un tour por el lugar. Estaba compuesto por 3 clases ya hábiles, sin ventanas, pero con puertas y techo y pupitres, que acogen a casa 60 niños de todas las edades. Otras 2 aulas más en construcción. Un establo con cerdos y cerditos, un huerto, una cocina (sin comedor, por lo que los niños comen de pie) y una estancia dormitorio-despacho. El orfanato tiene en este momento 12 niños a su cargo, que son los que duermen en esa habitación repartidos en 2 literas, junto con el dueño. Los demás niños provienen de familias sin recursos, ni tan siquiera para la educación. Los profesores son voluntarios y reciben aportaciones de una ONG australiana que envía voluntarios a dar clases y a aportar su granito de arena en la construcción de la escuela-orfanato.
Clara me comentó que había crecido todo mucho y que estaba muy contenta porque veía avances. También reconoció a algunos de los niños y los profesores la acogieron como una compañera más. Los niños nos acogieron genial, nos cogían de la mano para jugar, nos llevaban a ver cosas  y nos hacían un millón de preguntas que no entendíamos. La sensación con la que me fui de allí era rara y desconcertante. Por una parte me sentí bien por allí con una maleta llena de ropa para los niños, porque la necesitan, sabía que estaba haciendo algo bueno; pero por otra vaya mierda (perdón por la expresión), porque eso nunca será suficiente. Esa ropa se acabará gastando y tirada a la basura cuando no le quepan más agujeros y ¿Qué habremos hecho? Tapar su frío durante algunos meses. Nunca es suficiente lo que se puede hacer por ellos, sobre todo por los niños…no tenían buenas infraestructuras, ni pupitres para todos, ni ventana que les tapara del frío, casi nada de papel donde aprender a escribir….y no pararía nunca. Así que lo primero que aprendes de la cooperación internacional es que no es suficiente nunca. Y aunque te haga sentir bien, tu no habrás cambiado nada su mundo. No quiero desanimar a nadie con respecto a la ayuda internacional, hay ayuda buena de la que llega lejos y encima se queda por mucho tiempo. Pero es difícil conseguir ese equilibrio. Me costó mucho admitir que el tercer mundo existe porque al primero le interesa y yo quiero ser agradecida, y no quiero convertir esto es un discurso antiglobalización y criticar a los  grandes países, pero es una realidad, si nadie estuviera peor que nosotros no podríamos estar tan bien. Con todo esto quiero decir que la cooperación despertó en mi, dos respuestas: una es la de sentirme bien, por hacer algo bueno, ocupar mi tiempo en ofrecer algo mío a aquellos que lo necesitan, y otra la de sentirme mal con respeto a mi misma y a mi sociedad cuando aunque todos hiciéramos algo bueno, nunca desparecía, porque no nos interesa.
El camino de vuelta lo hicimos en silencio.
Jeffersson, año y medio.


La habitación dónde duermen los niños y el dueño del orfanato.


Las clases, al fondo las nuevas en contrucción, la huerta y el establo.


Uno de los profesores y alumnos.